Los relatos del padre de Nina, la realizadora, sobre la música del ritual del Tinku en el norte de Potosí en Bolivia, son la razón por la que ella regresa 25 años después a encontrarse con el lugar idílico de su infancia en medio de las montañas del altiplano. Allí descubre su extranjerismo y una serie de cambios que le hacen darse cuenta que la música es un bálsamo que permite conectarse no sólo con la naturaleza sino con los seres del más allá.