Actualmente, en la Amazonía hay 85 millones de cabezas de ganado, tres por cada habitante humano, que pastan en lo que hace menos de cincuenta años era una selva intacta. En ese tiempo, y tras la llegada de miles de estancieros de todos los rincones del país, desapareció una porción equivalente al tamaño de Francia. En 2009, las cosas comenzaron a cambiar, cuando el Ministerio Público obligó a los grandes frigoríficos a monitorear la deforestación en las estancias donde compran el ganado.